Inés siempre fue de las que saben qué hacer. Puntual, organizada, enfocados los ojos en el objetivo de la semana, del mes, del trimestre. Existen personas que caminan con brújula interna y mirada firme. Ella no solo caminaba, también daba instrucciones a otros sobre qué rumbo tomar. Su escritorio tenía post-its de colores según la prioridad, y su agenda digital sonaba tres veces por hora. Todo iba bien. Supuestamente.
Hasta que un día se le borraron los puntos cardinales.
No literalmente, claro. Pero esa mañana, en lugar de despertarse con la típica sensación de urgencia disfrazada de propósito, lo único que sintió fue una niebla densa adentro. No tristeza. No cansancio físico. Tampoco desilusión. Solo... una especie de nada. Como si algo que antes latía se hubiese quedado en pausa. Como si su GPS emocional se hubiera quedado sin señal.
Hizo café, como siempre. Se vistió, fue a trabajar, contestó correos. Pero todo le supo a cartón. Miró la lista de tareas como quien mira una receta en otro idioma. Sabía que “tenía” que seguir. Pero no entendía el porqué.
Y eso —aunque no lo dijo en voz alta durante días— la asustó profundamente.
Cuando la brújula se calla
A veces la vida no grita. Solo deja de hablarte.
Inés intentó seguir como si nada. Se repetía frases del tipo “ya se me pasará”, “es una fase”, “solo necesito descansar bien”. Pero una parte de ella sabía que no era eso.
Hasta que un viernes, sin mucho preámbulo, pidió unos días libres. Se fue a una cabaña en la montaña que le había recomendado una colega que vivía a base de aceites esenciales y caminatas descalza por el césped. Inés no creía en nada de eso, pero algo en su cuerpo dijo: “sí, ahora mismo eso”.
La cabaña era pequeña, sin señal, con una estufa de leña y libros con títulos raros como El silencio fértil y El arte de no hacer nada. La primera noche no durmió. La segunda, un poco mejor. La tercera, soñó con árboles. Y la cuarta... la cuarta salió a caminar en plena madrugada, con el bosque envuelto en ese tipo de niebla que no asusta, sino que invita.
Y fue ahí, justo ahí, donde lo vio.
El viejo que no preguntó
Sentado sobre una piedra, como si llevara siglos esperándola, había un hombre mayor. No tenía aire de maestro, ni de sabio, ni de guía. Pero sus ojos... sus ojos parecían reconocer algo en ella que ni siquiera ella sabía que buscaba.
—Estoy perdida —dijo Inés sin más, sorprendida de haber hablado.
El hombre no pareció sorprenderse. Solo asintió, con esa expresión que no busca arreglarte.
—No estás perdida —respondió—. Solo cambiaste de estación.
Inés frunció el ceño. ¿Estación?
—¿Primavera, verano…? ¿Eso?
Él sonrió.
—El alma también tiene estaciones, ¿sabías? Solo que no siguen el calendario ni obedecen a la agenda.
Hubo silencio.
—La primavera es cuando algo nuevo quiere nacer. La sientes sin saber bien qué es, pero está ahí, latiendo bajito. El verano es la expansión: ideas, energía, movimiento. Todo florece. El otoño es el tiempo de soltar, de aceptar que hay cosas que ya cumplieron su ciclo. Y el invierno... el invierno es cuando todo parece callar, pero por dentro algo profundo se está preparando.
Inés no dijo nada. Pero sus ojos sí. Y por primera vez en mucho tiempo, lloró sin vergüenza.
No era ansiedad. No era vacío. Era invierno.
Y ella no lo había sabido reconocer.
Lo que pasa cuando dejas de empujar
Inés no encontró respuestas mágicas en esa conversación. Tampoco fórmulas, ni mantras, ni una estrategia de tres pasos para “recuperar el rumbo”. Pero algo dentro de ella aflojó.
Dejó de exigirse estar motivada. Cerró la agenda. Encendió la estufa. Cocinó sin mirar el reloj. Escribió frases sueltas en un cuaderno sin líneas.
Durante los días siguientes, se permitió simplemente... estar.
Y en ese estar —sin buscarlo— algo comenzó a moverse. No como una revelación hollywoodense, sino como una grieta minúscula por donde se cuela la luz. Un libro que le despertó una idea. Una melodía que le trajo un recuerdo olvidado. Un anhelo que volvió, chiquito, tímido, pero sincero.
Sin darse cuenta, la semilla se estaba activando.
Y así, sin empujar, volvió la primavera.
No se trata de ir a ningún lado
Cuando Inés regresó a su rutina, algo era distinto. Por fuera, parecía igual. Pero por dentro, ya no caminaba por un mapa externo. Ahora, antes de cualquier decisión, se hacía una pregunta nueva:
¿Desde qué estación estoy viviendo esto?
Porque entendió que no se trata siempre de ir hacia algún lugar. A veces, lo importante es desde dónde estás actuando. Desde qué parte de ti. Desde qué ritmo. Desde qué estado del alma.
Y si estás en invierno, forzar la primavera no solo es inútil… también duele.
¿Y tú? ¿En qué estación estás?
Este no es un test con resultados automáticos. Pero si te sientes desconectado, cansado, sin energía para lo que antes te emocionaba... tal vez no estás haciendo nada mal.
Tal vez simplemente estás en otra estación.
Una pista rápida:
-
Si todo te ilusiona pero aún no sabes por qué, podrías estar en primavera.
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Si estás a mil por hora y todo fluye, suena a verano.
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Si estás despidiendo cosas o personas, huele a otoño.
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Si solo quieres silencio, mantas y respirar… es invierno, amigo.
Y todas, absolutamente todas, tienen su tiempo, su sentido y su propósito.
Bonus track (ejercicio sin presión)
Toma una hoja. Dibuja un círculo. Divídelo en cuatro: primavera, verano, otoño, invierno.
Piensa en momentos de tu vida que correspondan a cada estación. Escríbelos. Mira el patrón.
Y ahora pregúntate:
-
¿Dónde estoy hoy?
-
¿Qué necesita mi alma?
-
¿Qué pasaría si, por una vez, dejara de correr hacia el siguiente logro y simplemente escuchara lo que esta temporada interior quiere decirme?
Inés no volvió a ser la de antes. Tampoco lo quiso.
Porque ahora sabía algo que antes ignoraba: que no siempre hay que saber a dónde ir.
A veces, basta con respetar el lugar en el que estás.
Y eso —cuando lo aceptas de verdad— es más que suficiente.
Del Relato a la Resolución
Si dentro de ti hay una sensación de pausa, una niebla que no termina de disiparse, un ritmo interno que no encaja con las exigencias externas… tal vez no estés perdido. Tal vez solo estés en otra estación de tu alma que merece ser escuchada con respeto y sin prisa.
No necesitas florecer a la fuerza. A veces, el acto más valiente es quedarte quieto, respirar hondo y permitirte estar donde estás. Reconocer tu estación actual ya es comenzar a transformarte.
Y si sientes que ha llegado el momento de explorar más profundamente tus ciclos —ya sea este invierno interior o el renacer de una nueva primavera—, agenda hoy mismo una sesión personalizada de coaching. Será un honor acompañarte en tu camino de regreso a ti.
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Hasta la próxima entrega,
Coach Alexander Madrigal
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