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domingo, 30 de noviembre de 2025

Mi Mapa Emocional: Un Diario de Autoconocimiento Inspirado en el Viaje de Noa

Ilustración surreal de un árbol con raíces luminosas, espejos flotantes y un bosque simbólico que representa la identidad emocional

A menudo creemos que el viaje hacia el autoconocimiento debe comenzar con una gran crisis. Sin embargo, la historia de Noa nos enseña que, la mayoría de las veces, todo empieza con una señal mucho más sutil. Sucede en un momento cualquiera: mientras revisas notificaciones en el móvil, esperas un café o caminas por la calle, una pregunta se cuela sin pedir permiso y lo cambia todo. Este diario está diseñado para ayudarte a escuchar esos susurros antes de que necesiten gritar.

Antes de continuar con este ejercicio puedes leer la historia de Noa ==>aquí <== 

El Comienzo del Viaje: ¿Cuál es tu "Piedra en el Zapato"?

Para Noa, y quizás para ti, todo comenzó no con un estruendo, sino con una sensación persistente. Una pequeña incomodidad que se negaba a desaparecer, recordándole que algo, en el fondo, no estaba del todo bien.

"Era otra cosa, una incomodidad suave pero insistente, como una piedra pequeña en el zapato del alma. Una sensación de que la vida seguía, sí, pero que había una parte de sí que se había quedado atrás, olvidada en alguna esquina del tiempo."

Preguntas para empezar a escuchar

  1. El susurro interior: ¿Hay alguna sensación o pensamiento recurrente que intentas ignorar en tu día a día? Describe esa "incomodidad suave pero insistente".
  2. Las máscaras diarias: Noa cumplía, sonreía y parecía "bien". ¿En qué áreas de tu vida sientes que actúas "bien" por fuera, mientras por dentro algo susurra "Así no basta"?
  3. La pregunta clave: La pregunta que lo cambió todo para Noa fue: “¿Quién eres cuando nadie te está mirando?”. Tómate un momento en silencio y escribe la primera respuesta honesta que te venga a la mente.

Una vez que hemos localizado esa pequeña incomodidad, el viaje nos lleva a tener el valor de mirarnos honestamente, tal como hizo Noa en su sala de los espejos.

La Sala de los Espejos: ¿Cuánto te Quieres, de Verdad?

Este ejercicio no es sobre el juicio, sino sobre la auto-observación compasiva. Para muchas personas, el problema no es el odio a uno mismo, sino algo más sutil y doloroso: el auto-abandono. Como descubrió Noa, es posible no odiarse y, al mismo tiempo, no sostenerse. Es en ese frágil espacio intermedio donde a veces nos traicionamos en silencio, aceptando menos de lo que merecemos o silenciando nuestras propias necesidades.

"No se odiaba, pero tampoco se sostenía. A veces se abandonaba. A veces, incluso, se traicionaba en silencio."

Ahora, te invito a mirar tus propios reflejos. En la primera columna, describe la imagen que proyectas al mundo. En la segunda, con total honestidad, describe el reflejo que solo tú ves en la intimidad.

El Espejo Social

El Espejo Íntimo

(Describe aquí la imagen que proyectas: tus logros, tu sonrisa profesional, la versión de ti que presentas a los demás.)

(Describe aquí el reflejo que ves en la intimidad: sin filtros, sin poses, con tus miedos y vulnerabilidades.)

Reflexiones desde el espejo agrietado

  • El síndrome del impostor: Recuerda un momento reciente en el que te sentiste "menos que" alguien. ¿Qué historia te contaste sobre tu propio valor en esa situación?
  • Las migajas de afecto: Piensa en una relación (de pareja, amistad o familiar) donde sentiste que aceptabas menos de lo que merecías. ¿Qué creencia sobre ti mismo/a sostenía esa situación?
  • Las heridas antiguas: ¿Qué tipo de comentarios o críticas te afectan desproporcionadamente? ¿Qué herida antigua crees que están tocando?

Una vez que hemos sostenido la mirada en el espejo, el viaje nos lleva a un lugar más profundo y silencioso, el cuarto donde las verdades que evitamos esperan ser escuchadas.

El Cuarto Silencioso: ¿Qué Frases Usas para Defenderte de Ti?

El viaje de Noa la llevó a un cuarto interior casi vacío, con un silencio espeso de esos que obligan a escuchar lo que uno suele esquivar. En ese espacio flotaban las frases que usamos como escudos para protegernos de nuestras emociones incómodas. Este ejercicio te invita a entrar en tu propio cuarto silencioso y, en lugar de defenderte, simplemente escuchar.

"Yo no soy celosa." "Yo no guardo rencor." "Yo estoy bien, solo estoy cansada."

Mi inventario honesto

Te invito a realizar un pequeño inventario con honestidad valiente. Elige una de las frases que usas habitualmente para protegerte y desglósala en los siguientes tres pasos.

  1. La frase que digo en voz alta es: “...”
  2. La verdad que siento, sin justificarme, es: “...”
  3. Al admitir esto, lo que realmente temo es: “...”

Por ejemplo:

  • 1. La frase que digo en voz alta es: "Yo no soy una persona envidiosa."
  • 2. La verdad que siento, sin justificarme, es: "A veces siento envidia cuando veo el éxito de otros."
  • 3. Al admitir esto, lo que realmente temo es: "Tengo miedo de que sentir envidia me convierta en una mala persona."

Repite este ejercicio con dos o tres frases que uses con frecuencia. Verás que, cuando el silencio se vuelve un maestro discreto, nombrar la verdad le resta poder al miedo.

Reconocer nuestras verdades es un acto de valentía interior. El siguiente desafío es aprender a comunicar ese mundo interno a los demás, a construir un puente hacia el otro.

El Puente: ¿Esperas que los Demás Adivinen o Enseñas tu Idioma?

Creemos erróneamente que las personas que nos quieren deberían ser capaces de leer nuestra mente. Como descubrió Noa, esperar que el otro adivine es la receta para el malentendido. La comunicación real es un puente que se construye conscientemente, palabra por palabra. Es el acto valiente de enseñar tu propio idioma emocional para que los demás puedan visitarte.

"Si me quisieras, lo sabrías."

Construyendo mi puente

Piensa en una discusión o malentendido reciente con alguien importante para ti. Ahora, analiza la situación usando los siguientes pasos:

  1. La reacción inicial: ¿Cómo reaccionaste? ¿Te cerraste en silencio, usaste la ironía o atacaste?
    • Ejemplo: "Dejé de hablarle durante horas".
  2. El pensamiento oculto: ¿Qué pensabas en ese momento? ¿Esperabas que la otra persona "adivinara" lo que te pasaba?
    • Ejemplo: "Pensaba: 'Es obvio por qué estoy molesto/a'".
  3. Las palabras que pesaban: ¿Cuáles eran las palabras simples y directas que describían tu necesidad o tu dolor real? Usa las palabras del puente de Noa como inspiración: "Me dolió", "Tengo miedo", "Necesito esto", "No entiendo".

A menudo, lo que nos impide usar esas palabras directas es el miedo. Exploremos ahora ese bosque interior donde habitan nuestras alarmas.

El Bosque de las Alarmas: ¿Tu Miedo es de Hoy o es un Eco del Pasado?

Muchas de nuestras ansiedades son reacciones desproporcionadas. No son debilidad, sino una protección antigua que, quizás, ya no encaja con la vida que tenemos ahora. Son "ecos" de un tiempo pasado, mecanismos que aprendimos cuando éramos vulnerables y que hoy se activan de forma automática, convirtiendo una hoja seca que cruje en una sombra amenazante.

“Puede que no todo peligro sea real. Puede que parte de este miedo venga de otro tiempo.”

Usa la siguiente tabla para analizar una de tus "alarmas" recientes. Este ejercicio te ayudará a diferenciar la amenaza real del eco antiguo.

El Disparador (La hoja que cruje)

La Reacción Catastrófica (La sombra amenazante)

La Pregunta de Noa (La pausa en la roca)

Describe una situación reciente que te generó ansiedad (Ej: "Mi jefe me envió un correo que decía 'necesitamos hablar'").

Describe el peor escenario que imaginaste (Ej: "Pensé que me iban a despedir de inmediato").

Pregúntate: "¿Hay evidencia real de que esta catástrofe vaya a ocurrir, o estoy reaccionando a un miedo antiguo (a la crítica, al abandono, al fracaso)?"

(Escribe tu ejemplo aquí)

(Escribe tu escenario catastrófico aquí)

(Escribe tu reflexión aquí)

Para entender de dónde vienen estos 'ecos antiguos', debemos adentrarnos más en el bosque y encontrar las raíces de nuestro árbol interior.

El Árbol de la Herencia Invisible: ¿Qué Aprendiste a Hacer para Sobrevivir Emocionalmente?

Con enorme compasión, es momento de entender que muchas de nuestras conductas actuales no son "defectos", sino brillantes estrategias de supervivencia que desarrollamos en la infancia para navegar nuestro entorno emocional. No se trata de culpar, sino de reconocer con ternura qué aprendimos para ser queridos y sentirnos seguros.

– Aprendió a minimizar sus necesidades para no molestar. – Aprendió a sonreír cuando estaba triste para no “complicar”. – Aprendió que el amor podía ir de la mano con la crítica constante.

Las creencias de mis raíces

Tómate un momento para conectar con tu historia. Completa las frases que resuenen contigo, dejando que las respuestas surjan sin juicio.

  • Para sentirme querido/a, aprendí que tenía que ser... (Escribe tu respuesta aquí)
  • En mi familia, expresar emociones como la tristeza o el enfado se consideraba... (Escribe tu respuesta aquí)
  • El mensaje que recibí sobre mi propio valor fue... (Escribe tu respuesta aquí)
  • Una creencia heredada que aún pesa sobre mí es: "Si digo lo que siento...", "No merezco tanto...", "Tengo que demostrar que valgo...". (Elige una y complétala, o escribe la tuya propia)

Comprender estas raíces nos permite ver cómo coloreamos nuestro presente. El último paso es aprender a diferenciar la realidad de nuestra interpretación.

Las Manchas de Tinta: ¿Qué Proyectas Sobre tu Mundo?

Nuestra historia interna funciona como un proyector. La realidad externa es como una pantalla en blanco sobre la que proyectamos nuestras heridas, miedos y creencias pasadas. Esto nos hace "traducir" las acciones de los demás de una manera muy particular, a menudo viendo abandono donde solo hay una petición de espacio, o crítica donde solo hay una observación neutra.

"En otra, una pareja que solo pedía espacio… y Noa interpretaba abandono."

Separando los hechos de la interpretación

Elige una interacción reciente que te haya generado malestar y analízala con la objetividad de un detective emocional.

  1. Lo que objetivamente pasó: Describe la situación solo con hechos, como si la grabara una cámara, sin añadir juicios ni suposiciones.
    • Ejemplo: "Mi amigo canceló nuestros planes por mensaje de texto".
  2. Mi traducción interna: ¿Qué historia me conté sobre lo que pasó? ¿Qué significado le di, basado en mi historia?
    • Ejemplo: "Interpreté que no le importo y que prefiere hacer otras cosas antes que estar conmigo".
  3. Una interpretación alternativa: ¿Podría haber otra explicación, una que no esté basada en mis heridas del pasado?
    • Ejemplo: "Quizás simplemente estaba agotado, tuvo un problema personal inesperado o se sintió abrumado y no supo cómo comunicarlo".

Ver esta diferencia nos da poder. No el poder de cambiar el pasado, sino el de elegir cómo habitar nuestro presente con más consciencia y amabilidad.

Hacia un Nuevo Hogar Interior

Este viaje, como el de Noa, no termina con una revelación espectacular. Su verdadera belleza reside en los pequeños cambios. El objetivo no es convertirte en una persona "perfecta" o sin heridas, sino empezar a relacionarte con tu propia historia con menos dureza y más curiosidad. Es un proceso de volver a casa, a ti mismo/a.

Mis próximos pequeños pasos

Inspirado/a en la decisión tranquila de Noa, puedes empezar a integrar este trabajo en tu día a día con acciones sencillas pero constantes:

  • Escribir con honestidad: Cada noche, anota una frase sobre lo que sentiste de verdad durante el día, sin juicios.
  • Practicar la vulnerabilidad: Elige una vez a la semana para decir "me sentí herido/a" o "necesito ayuda", aunque sea en una situación de bajo riesgo.
  • Pausar antes de reaccionar: Ante una emoción intensa, pregúntate: "¿Este peligro es real o es un eco antiguo?".
  • Agradecer el cuidado: Nota y agradece (interna o externamente) cada gesto de afecto o cuidado que recibes, por pequeño que sea.

Este diario es solo el comienzo. Te has vuelto, poco a poco y casi sin darte cuenta, un poco más hogar para ti mismo/a.

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domingo, 19 de octubre de 2025

El secreto que guardaba un viejo tronco del jardín

 

Textura de un tronco iluminado por la luz del amanecer donde, entre sombras y vetas, se intuye la forma sutil de la cabeza de un elefante, símbolo del despertar interior y la fuerza oculta del alma.

El tronco callaba… hasta que habló

Primero fue un destello.
Luego, una inquietud que no sabía dónde poner.

Rowan cruzaba cada tarde el jardín del abuelo sin esperar novedad. El rumor de las hojas, el olor a tierra húmeda y un tronco tozudo en medio del camino. Nada más. Ese corte de madera —cicatrizado, áspero, antiguo— parecía ser la definición misma de “ya fue”. Y, sin embargo, aquel día la luz de las cinco se inclinó sobre la corteza y lo cambió todo. No fue magia. Fue mirada.

Ver lo invisible: la chispa que abre posibilidades

De reojo, Rowan distinguió algo. La trompa levantada. El perfil de un ojo. El pliegue que bien podía ser oreja. ¿Un elefante? Se rió por dentro, pero no se movió. ¿Sabes qué? Hay momentos que no hacen ruido y te mueven el piso igual. Fue un destello, sí, pero suficiente para romper el velo de la costumbre. La tarde siguió igual; él, no tanto.

Silencio que ordena el corazón: cuando respirar aclara

No dijo nada. Se sentó. Escuchó su propia respiración como quien afina una cuerda floja. El jardín, que siempre fue un rumor de fondo, se volvió escenario de calma. En esa quietud, lo que antes era un montón de emociones sueltas empezó a tener bordes. No se trataba solo de “ver” un elefante en un tronco. Se trataba de ordenar adentro lo que parecía caótico: pena vieja, cansancio, ese cansancio que uno no reconoce hasta que se sienta y respira en serio.

Calor de hogar: la bondad que da espacio

El abuelo salió con dos tazas de té —una costumbre que, aceptémoslo, vale por media terapia— y dejó una junto a Rowan sin preguntar. Ese gesto sencillo abrió espacio. La calidez de la taza en las manos, el vapor besando la nariz, la mirada cómplice que no exige explicaciones. Rowan se sintió abrigado. El mundo, que venía estrecho, se ensanchó un poco. A veces la ternura no arregla nada “grande”, pero te recuerda quién eres y te permite quedarte un rato más donde hace falta.

Decir “hasta aquí”: límites que cuidan la fuerza

Esa noche, con la imagen del elefante dando vueltas, Rowan se dio cuenta de algo incómodo: llevaba meses diciéndose historias que lo ataban. “No es suficiente”, “no estás listo”, “eso no es para ti”. Fantasmas con buen diccionario. Así que hizo una lista corta —tres líneas, nada épico— con límites claros: no a la autoexigencia que lo dejaba sin aire, no a proyectos que solo sumaban ruido, no a promesas que no pensaba cumplir. Decir “no” fue extraño; también fue un acto de cuidado. La fuerza sin cauce se pierde, pensó. Mejor darle cauce.

Luz y sombra: cuando la armonía aparece sin gritar

A la mañana siguiente, el amanecer derramó un brillo suave. Luz honesta, luz de estreno. Rowan llevó una tinaja de agua y la dejó a los pies del tronco. El reflejo —mitad cielo, mitad corteza— hacía de espejo. En ese juego de claros y oscuros, el elefante “aparecía” nítido. Qué curioso: la sombra no era enemiga; hacía contraste para que la forma se revelara. En la vida pasa lo mismo: no se trata de negar lo oscuro, sino de permitir que dialogue con lo luminoso hasta encontrar una figura habitable.

Pequeñas victorias diarias: constancia sin drama

Rowan no corrió a “cambiar su vida”. Bajó a tierra. Empezó por lo simple: quince minutos cada tarde junto al tronco, cuaderno en mano, haciendo un boceto diferente según la luz. Una caminata corta antes del almuerzo. Un vaso de agua puesto a conciencia —sí, así de concreto— para recordarse fluidez. Nada espectacular. Pasos cortos, iguales, sostenidos. El fuego pequeño de una vela al caer la tarde para no olvidar el coraje cuando aprieta la duda. La constancia no hace ruido, pero se nota.

Humildad que reconoce: gratitud sin maquillaje

Hubo un día con viento. La figura del elefante se desdibujó. Rowan se enojó… y luego sonrió. Entendió que la forma no era “su” hallazgo, sino un regalo del momento, de la luz, del ángulo. Agradeció en voz baja —sí, hablando solo, como hacemos todos— lo que el tronco le estaba enseñando: mirar con paciencia, aceptar límites, no darse golpes contra lo que no toca. La gratitud, bien mirada, es una brújula discreta.

Volver a confiar: diálogo que suelta el nudo

Más tarde, se animó a contárselo a su amiga Lara. No buscaba aprobación; buscaba verdad. Hablaron sin prisa, con mate y risas chiquitas. “Lo ves porque aprendiste a verlo”, dijo ella. “Y porque quieres verlo”, completó él. Entre los dos apareció algo parecido a la confianza: un puente. No era una epifanía grandilocuente. Era un hilo sencillo, suficiente para que la energía —sí, esa que se queda atrapada cuando uno se encierra— volviera a circular.

Presencia en lo cotidiano: hacer sagrado lo común

Con el tiempo, el tronco dejó de ser un estorbo y se volvió centro. Una mesita improvisada para el pan tibio de la tarde. Un cuenco con agua que, cada día, duplicaba el cielo. La respiración de Rowan marcaba el ritmo: inhalar, exhalar, quedarse. Y la casa, con sus tareas de siempre —lavar platos, barrer hojas, encender la hornilla—, empezó a sentirse como un lugar de encuentro. Nada rimbombante. Presencia, eso era. Presencia convertida en hábito.

El árbol en su nombre: una raíz que protege

Alguien podría pensar que Rowan se llama así por capricho. Pero su abuela le había contado la historia: un árbol que protege, de fruto rojo vivo, capaz de crecer en suelos duros. No lo dijo en voz alta, pero lo entendió: a veces el nombre ya te va marcando un mapa. El suyo le hablaba de raíces firmes y de una savia discreta que empuja hacia afuera. El elefante emergiendo del tronco era, de algún modo, esa savia tomando forma frente a sus ojos.

La vida también habla por símbolos: déjame explicarte

Aquí está el asunto. La mente suele pedir explicaciones técnicas; el alma entiende símbolos. Luz, sombra, reflejo, respiración, agua, fuego, silencio, amanecer, espejo, raíz: cada uno, un estado del ánimo. Y, ya sabes, el feed de las redes tira para olvidar. Pero hay signos cotidianos que susurran lo contrario: recuerda, respira, vuelve. Rowan no se volvió místico de golpe (ni falta hacía). Solo empezó a escuchar más hondo lo que la realidad le mostraba con gestos simples.

Un elefante que no está atado: la enseñanza que se queda

En la escuela le contaron la historia del elefante atado a una estaca; de grande, cree que no puede y se queda quieto. El tronco de su jardín proponía otra escena: un elefante que sale a la luz, sin cuerdas, sin “no puedo” heredado. ¿Y si nuestras limitaciones son, a veces, memoria mal puesta? Rowan se sorprendió pensando eso mientras ponía la mesa para la cena. Pan, vaso, mantel. Hogar convertido en espacio sutil. Lo cotidiano, sagrado.

Un cierre que no se cierra: el latido queda

A la semana siguiente, Rowan se llevó a casa un pedazo de corteza —cayó solo, no hubo hacha ni cuchillo— y lo apoyó en su escritorio. Cuando las dudas volvían, encendía la vela, respiraba, miraba el reflejo en el vaso de agua y dejaba que el silencio hiciera su trabajo. No siempre “funcionaba”, claro. La vida es la vida. Pero la imagen del elefante seguía ahí, emergiendo del tronco, recordándole que en lo que parece muerto puede latir una forma nueva.

Del Relato a la Resolución©

Rowan descubrió que el jardín no era un decorado: era un espejo vivo. El tronco “mudo” le mostró una figura que siempre estuvo en él: fuerza con ternura, claridad con límites, paciencia que no cede. La luz y la sombra dejaron de pelear; se volvieron cómplices. Y el hogar, con su pan sencillo y sus pequeños ritos, tomó sabor de presencia. El elefante emergente no fue un truco de la vista, sino la manera en que la vida le dijo: recuerda quién eres.

Tú también puedes probar algo simple hoy. Elige un lugar cotidiano —tu mesa, una esquina del patio, la estación del bus, el espejo del baño— y detente un minuto. Inhala y exhala cinco veces, a ritmo parejo. Mira la luz y la sombra del objeto; busca algún reflejo. Pregúntate sin prisa: ¿qué figura está queriendo aparecer en mí? No necesitas respuestas perfectas; basta con abrir la puerta. Lo demás se acomoda paso a paso.

Lleva esta misma práctica a otros espacios: al trabajo, cuando el ruido sube; a tus relaciones, cuando la conversación se traba; a tus decisiones, cuando no sabes por dónde empezar. Hay símbolos en todas partes esperando que les prestes atención. El gesto es chiquito, pero sostiene: respiras, miras, reconoces, eliges el siguiente paso.

Si esta historia te tocó alguna fibra, considera emprender una ruta consciente para aterrizarlo en tu vida. Podemos diseñar una travesía guiada —con metas humanas y procesos reales— que te ayude a entrenar la mirada, poner límites que cuidan y encender esa chispa de constancia que mantiene vivo lo importante. Conversaciones con espacio para lo esencial, sin fórmulas mágicas, con guía cercana y práctica honesta. Cuando quieras, abrimos camino.

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domingo, 5 de octubre de 2025

🛣️ Zombies Relacionales, Como Despertar La Chispa

Pareja camina por la playa al atardecer; faro al fondo, huellas en la arena y café humeante: reencuentro y esperanza.

El café estaba tibio.

La mesa, limpia.
Ellos, despiertos… pero no del todo.

Benar movió la cucharita como quien empuja un día más. Khaela miró por la ventana y se vio de espaldas en el cristal del local de la esquina: dos siluetas correctas, puntuales, casi perfectas… y sin brillo. ¿Eso eran? ¿Dos presentes que ya no podían llamarse “presencia”?

Zombies relacionales: el mordisco de la rutina en pareja

No era un drama de película. Era peor: la repetición obediente. Madrugadas con alarmas gemelas, charlas en piloto automático, besos de trámite antes de apagar la luz. El “¿cómo te fue?” convertido en muletilla, la risa quedándose en la garganta, la piel cerrando el telón antes de la función. Sí, zombies relacionales. Caminaban juntos, pero sin rumbo, como si un bostezo largo los hubiera adoptado.

Benar, que siempre tuvo esa manera de decir las cosas sin disfraz—casi como si la palabra “verdad” le hubiese anidado en la lengua desde niño—empezó a sospechar que estaban perdiendo algo que no se ve, pero sostiene. Khaela, cuya sonrisa solía coronar la tarde con una luz chiquita y dulce, había dejado de encenderse. ¿Sabes qué? Nadie lo notó salvo ellos; y eso, en cierto sentido, fue su suerte.

La chispa que rompe el bostezo

La grieta apareció en un gesto mínimo: al salir del café, se reflejaron otra vez en el cristal de la tienda. No se reconocieron. No como pareja. Más bien como colegas de agenda compartida. Y dolió. “No quiero vivir así contigo”, dijo Benar, sin teatro ni rodeos. Khaela respiró hondo: “Yo tampoco”. Fue breve. Fue claro. Fue real.

Aquí está el asunto: hay momentos en que una relación no pide explicaciones técnicas ni discursos de manual. Pide movimiento. Acciones que hagan ruido a vida. Una hora después, con una mochila modesta y chaquetas livianas, decidieron arrancar el día por otro lado. No lo pensaron demasiado (a veces pensar mucho es un disfraz del miedo). Subieron al auto, dejaron los teléfonos en modo avión y tomaron la carretera hacia la costa, sin destino piñado en el mapa.

Aventura espontánea para reavivar la chispa

La palabra “aventura” les quedaba grande y, a la vez, justa. No se trataba de cruzar el planeta ni de publicar fotos con filtros llamativos. Era salir del pasillo conocido, caminar por el patio trasero del mundo cotidiano. Una playa de otoño, un faro con la linterna apagada, un kiosco de madera vendiendo café de termo y pan dulce envuelto en papel. Eso bastó.

Con las ventanillas entreabiertas, la brisa olía a sal y a algo parecido a la infancia. Sonó en la radio una canción vieja—de esas que no envejecen, solo cambian de traje—y Khaela marcó el ritmo en el muslo. “Honestamente, extrañaba esto”, dijo. ¿Esto qué? La atención. La mirada que se queda, no que pasa. El “mírame que aquí estoy” que uno ofrece cuando quiere, de verdad, encontrarse.

Pareja, ruta y reconexión emocional

Se detuvieron en un parador de carretera con sillas de plástico y sopa del día. “Déjame explicarte”, dijo ella riendo, “aquí el caldo siempre sabe mejor que en la ciudad”. Y sí, sabía a hogar improvisado. En el mantel, migas de pan; en la mesa, manos que se tocan como si recién aprendieran el abecedario del otro.

No faltó la digresión, ya sabes, estos desvíos que ayudan a regresar mejor. Hablaron de series que nunca terminaron, de la moda del “vanlife” que verían pero no harían, de esa receta que nadie clavó como la abuela. Rieron sin prisa. Se contaron cosas mínimas y, de pronto, enormes: el susto de una revisión médica, la tristeza de un domingo mudo, el miedo a decir “necesito que me quieras mejor”.

Benar buscó palabras que no sonaran a manual, y por primera vez en meses dijo lo que en verdad sentía, sin adornos. Tal vez fuese su costumbre de perseguir lo cierto, como quien sigue una brújula sencilla. Khaela, al escucharlo, inclinó un poco la cabeza; un rayo de sol se coló por la ventana y, por un segundo, pareció ponerle una diadema de luz. No era un milagro. Era un guiño. Un recordatorio: todavía hay coronas invisibles esperando sobre lo cotidiano.

De zombies a cómplices: el latido que regresa

En la playa, los pasos sobre la arena mojada sembraban huellas gemelas. Caminaron sin hablar. A veces callar bien también es un lenguaje. Cuando por fin se sentaron frente al mar, el faro apagado detrás de ellos parecía un viejo guardián tomando un respiro. Y allí, en ese escenario sencillo, se desarmó la coraza.

“Me cansé de fingir que está todo bien”, dijo Khaela. “Yo me cansé de amarte como si fuera un procedimiento”, respondió Benar. Ningún discurso fue más largo que la brisa, pero cada frase tuvo el peso exacto. Hubo lágrimas, sí. Hubo risa también, esa que nace rara, como un golpe de tos, y se vuelve carcajada.

¿Sabes qué fue lo distinto? Ninguno trató de ganar. No había “tengo razón”, sino “te escucho”. No había sentencia, sino curiosidad. Ese pequeño giro—de tener la respuesta a hacerse la pregunta—quebró el hechizo. Los zombies se miraron a los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, vieron piel tibia, ojos atentos, futuro posible. Nada épico. Bastante humano.

Detalles que despiertan la casa

Regresaron tarde, con arena en los cordones y olor a sal en la ropa. La ciudad seguía donde la dejaron, pero ya no era otra vez lo mismo. Esa noche dibujaron en una libreta tres cosas sencillas. No un plan rígido, sino señales de tránsito para no volver a la niebla:

  • Un paseo semanal sin pantallas (aunque sea a la tienda de la esquina).

  • Un “cómo estás” que se responda con verdad, no con guion.

  • Una risa buscada: una canción, un chiste malo, un baile torpe en la cocina.

Pusieron la libreta en el refrigerador, con un imán con forma de pez. Y sí, repitieron la sopa del parador en su cocina, sin mucha gracia, pero con intención. Khaela volvió a cantar en la ducha; Benar, a preguntar sin prisa. En esa aparente pequeñez, el latido hizo nido.

Cuando el amor elige despertarse

La semana siguiente, el faro seguía apagado y la playa igual de fresca. El trabajo llenó su sitio, la vida cotidiana reclamó su ritmo. Hubo cansancio y hubo pendientes, como siempre. Y, sin embargo, algo había cambiado: la elección diaria de estar. De estar bien. De decir “hoy no estamos finos, pero seguimos aquí”. Repetición también, sí, pero con otra música.

Un sábado cualquiera, en pleno supermercado, se detuvieron frente a una montaña de naranjas. “¿Te acuerdas del parador?”, dijo Khaela. “Claro. Y de lo que dijimos junto al faro”. Volvieron a casa con fruta, pan, jabones y esa frase pequeña que valía oro: “Gracias por hoy”. A veces basta eso: saber decir gracias. Saber pedir perdón. Saber pedir un abrazo.

Podríamos adornarlo, pero no hace falta. Lo bello fue sencillo. Lo cierto, directo. Benar mantuvo su brújula hacia la verdad; Khaela volvió a coronar la tarde con su risa clara. Y cuando las sombras intentaron colarse otra vez, la pareja recordó lo aprendido: moverse. Hacer algo. Aunque sea poner agua a calentar y sentarse juntos a ver cómo hierve. Que también es un espectáculo cuando la vida regresa a los ojos.

Reconexión de pareja: pequeñas acciones que hacen diferencia

Si alguien les preguntara cuál fue “el secreto”, responderían sin misterio: no fue una gran técnica, ni una moda viral. Fue esta mezcla humilde y poderosa:

  • Sinceridad que no hiere, sino acerca.

  • Atención que no vigila, sino sostiene.

  • Juegos tontos recuperados a propósito.

  • Decisiones pequeñas repetidas sin miedo al ridículo.

Porque el amor no se cae de golpe; se adormece en silencio. Y se despierta igual: con un bostezo largo, un vaso de agua, una mano que se ofrece. No es poesía barata, es práctica diaria. Y, en esa práctica, los zombies relacionales fueron cediendo lugar a dos vivos con ganas, con dudas, con esperanza. A fin de cuentas, la chispa no se fue lejos. Solo necesitaba aire.

Del Relato a la Resolución

No hubo fuegos artificiales ni promesas rimbombantes. Hubo un faro apagado, un caldo sencillo y una conversación honesta. La enseñanza es clara y, a la vez, amable: cuando la rutina muerde, el amor puede elegir moverse. No para huir, sino para encontrarse en otro sitio. Benar y Khaela descubrieron que la verdad dicha con cariño y la atención puesta con ternura alcanzan para volver del gris al color.

Ahora te toca a ti: esta semana, escoge—sí, hoy—una acción pequeña para tu relación. Puede ser caminar quince minutos sin móvil, cocinar juntos algo imperfecto o preguntar “¿qué necesitas de mí?” y escuchar de verdad. No necesitas un viaje ni una lista enorme; necesitas presencia concreta. Pruébalo tres veces en siete días. Toma nota de lo que cambia: en tu humor, en su mirada, en la casa.

Y si te hace sentido, llévalo a otros rincones. A tu equipo de trabajo, a tu amistad de años que está en pausa, a ese vínculo familiar que pide aire. Lo mismo sirve: una verdad amable, atención sin prisa y un gesto sencillo repetido con constancia. La vida, cuando la miras cerca, responde.

Si te gustaría recorrer esta ruta con una guía cercana, hablemos. No hay fórmulas mágicas, hay procesos reales y metas humanas. Podemos diseñar una travesía guiada para tu relación o una ruta consciente para tu vida emocional, con conversaciones que dejen espacio para lo esencial y el ritmo propio de tu historia.

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domingo, 22 de junio de 2025

El retrato de un deseo no cumplido: cuando los sueños que no fueron nos enseñan a vivir


A veces, un simple objeto olvidado puede tener más peso que mil palabras. Puede ser una carta que nunca se envió, una maleta que nunca se abrió… o, como en esta historia, una fotografía descolorida sobre una vieja cómoda. Una imagen que lleva años ahí, en silencio, esperando ser mirada con otros ojos.

¿Alguna vez te ha pasado? Descubrir algo pequeño que desata algo grande. Una memoria, un anhelo, una verdad que no sabías que necesitabas. Así empieza este relato, y tal vez, así podría empezar también una nueva etapa en tu vida.

Lo que el polvo no borra

Clara regresó a la casa de su tía Elvira seis meses después del funeral. Con más dudas que certezas, abrió la puerta con esa mezcla extraña entre duelo resignado y curiosidad. La casa estaba en orden. Demasiado en orden, como si todo siguiera esperando a que Elvira volviera.

En el pasillo, sobre una cómoda antigua, descansaba una foto que Clara nunca había notado. Era pequeña, con los bordes corroídos y los colores casi borrados. Mostraba a una joven elegante, frente a una estación de tren. Tenía una sonrisa cargada de algo que Clara no supo si era ilusión o miedo. Sosteniendo una maleta con una mano y el sombrero con la otra, parecía a punto de irse… o de regresar.

Pero lo más desconcertante fue reconocerla: era su tía. Una versión joven, desconocida, más soñadora que la mujer que Clara había conocido. Una Elvira que hablaba de París con brillo en los ojos pero que nunca había cruzado el Atlántico.

Cartas que nunca llegaron

El hallazgo de la fotografía llevó a Clara a escarbar más. Abrió cajones, cajitas, sobres… hasta que encontró una pequeña carta sin sello, escrita a mano con una caligrafía temblorosa:
“Querida mamá, si lees esto es porque decidí irme… Pero si nunca lo lees, es porque no me atreví. Reza por mí de todos modos.”

Y ahí estaba. El viaje que no fue. El sueño que no se cumplió. El deseo que se apagó antes de salir de la estación.

Clara, con la carta en la mano, sintió un eco profundo. Porque también ella tenía una lista de "algún día". También había soñado con vivir en otra ciudad, aprender otro idioma, reinventarse por completo. Pero la vida —esa mezcla de responsabilidades, miedos y rutinas— también la había ido dejando en la estación.

El legado de los sueños postergados

No es fácil admitirlo, pero todos cargamos con deseos no cumplidos. Algunos son nuestros. Otros, heredados. Sueños que no nos pertenecen, pero que sentimos como propios porque alguien los dejó sobre nuestra espalda con un suspiro o una frase casual: “Si yo hubiera tenido tu edad…”

Lo interesante es que esos sueños, aunque no se cumplieron, no se borran. Se transforman. Se quedan ahí, como esa fotografía, descoloridos pero presentes. Esperando a que alguien les dé un nuevo sentido.

Y es que no siempre estamos llamados a cumplir los sueños de quienes nos precedieron. A veces estamos llamados a mirarlos de frente, agradecerlos… y construir los nuestros con lo que ellos nos dejaron.

Cuando un retrato se vuelve brújula

Clara no compró un boleto a París ese mismo día. No dejó su trabajo ni se inscribió a una escuela de diseño. Pero sí hizo algo profundamente simbólico: enmarcó la fotografía otra vez. Le quitó el polvo, le buscó un marco nuevo, y la puso junto a su cama.

Esa noche, por primera vez en años, se sentó a escribir una lista. No de tareas. No de pendientes. Sino de deseos. Deseos reales. Propios. Deseos que podrían parecer pequeños, pero que hablaban de una vida más viva.

Como aprender francés solo por placer. Retomar sus dibujos abandonados. Viajar sola. Decir que no sin culpa. Decir que sí sin permiso.

Lo que aprendemos de lo que no fue

Podríamos pensar que los sueños no cumplidos son fracasos. Pero no. A veces son cartas que llegan con retraso. Avisos. Señales. Una forma en que el alma nos susurra: “Todavía estás a tiempo.”

Porque, seamos honestos… ¿cuántas veces dejamos pasar algo importante porque creemos que ya es tarde? ¿Cuántas veces nos contamos la historia de que “eso no es para mí” cuando en realidad solo tenemos miedo de que sí lo sea?

Y tú, ¿qué sueño está esperando en tu cómoda interior? ¿Qué carta no enviada te está llamando a moverte?

No todos los sueños nacen para cumplirse, pero todos nacen para enseñarnos algo

Tal vez Elvira nunca viajó. Tal vez París se quedó como una postal mental. Pero su deseo no fue en vano. Fue semilla. Fue brújula. Fue regalo.

Porque gracias a ese deseo no cumplido, Clara se atrevió a mirar su vida de otro modo. Y quizás tú también puedas hacerlo. No necesitas tomar un avión. A veces basta con mirar una foto vieja, abrir un cuaderno nuevo y escribir algo que no habías dicho hasta ahora.

¿Y si el siguiente paso es tuyo?

La próxima vez que encuentres un objeto olvidado —una foto, una carta, un libro que alguien amó— no lo subestimes. Tal vez no solo estás descubriendo algo del pasado. Tal vez estás recuperando algo que también es tuyo.

Y si aún no sabes por dónde empezar, aquí va una sugerencia:
Pregúntate cuál es ese deseo que dejaste pendiente, no porque no fuera posible… sino porque creíste que ya era tarde. Y luego, solo por hoy, actúa como si no lo fuera.

Porque no lo es.

Del relato a la Resolución

Si hay dentro de ti un deseo que aún susurra en silencio —una promesa no cumplida, un sueño postergado o una versión tuya esperando ser mirada con ternura— tal vez este sea el momento de dejar de postergar lo esencial.

No necesitas cambiarlo todo de inmediato. A veces, el acto más transformador es tan sencillo como escuchar con honestidad y dar un primer paso, simbólico pero real.

Para ayudarte en ese primer paso, he preparado una guía que acompaña este relato con ejercicios de reflexión y acción. Puedes solicitarla aquí:
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Hasta la próxima entrega,

Coach Alexander Madrigal

© 2025 Alexander Madrigal. Todos los derechos reservados.




domingo, 8 de junio de 2025

El niño Que Enseñaba Sombras: Una historia sobre cómo volver a jugar puede cambiarlo todo

Imagen simbólica de un niño proyectando sombras con sus manos en una pared blanca, representando emociones ocultas y la expresión interior

Hay pueblos que tienen relojes en cada plaza pero olvidan la hora del alma. Aldeas donde todo funciona a la perfección… menos las personas. Donde la rutina camina tan rápido que las emociones se quedan rezagadas, sentadas en un banco polvoriento que nadie mira.

Este relato nace en uno de esos lugares.

Era un pueblo limpio, ordenado, silencioso. Las calles eran rectas, las ventanas idénticas, y el parque —sí, ese parque que alguna vez vibró con risas— parecía una fotografía antigua: sin movimiento, sin niños, sin vida.

La gente no hablaba de sus miedos. Mucho menos de sus errores. Decían que eso era “cosa privada”, que llorar era de débiles, que mostrar la sombra... era señal de algo roto. Y claro, nadie quería parecer roto. Así que todos fingían ser perfectos.

¿Te suena conocido?

Cuando apareció “él”

Una tarde cualquiera, justo cuando el sol comenzaba a estirarse perezoso sobre los muros de la plaza, apareció un niño.
No tenía nombre —o al menos nadie lo recordaba—. Tampoco se sabía de dónde venía. Lo que sí tenía era una manera peculiar de moverse: con calma, sin prisa, como si el mundo aún fuera un lugar habitable.

Y traía consigo algo aún más inusual: jugaba con su sombra.
Literalmente.

Se paraba frente a una pared, levantaba las manos, y empezaba a crear figuras con los dedos: un pájaro, un dragón, una mariposa que parecía a punto de volar.
Lo más extraño no era eso. Lo verdaderamente extraño era que reía. Solo. Sin vergüenza. Como si no supiera que en ese pueblo eso ya no se hacía.

El primer “clic”

La mayoría de los adultos lo observaban de reojo.
Algunos lo ignoraban, otros apretaban los labios como si fuera una falta de respeto. Pero hubo una niña —de unos ocho años, pelo desordenado y mirada triste— que se detuvo.

Llevaba meses sin reír. Sus padres peleaban en casa. Nadie le preguntaba cómo estaba. Hasta que ese niño le dijo, sin mirarla directamente:
—¿Quieres ver cómo se hace un dragón con sombra?

Ella no contestó. Pero sus manos se alzaron, torpes, hasta imitar las del niño.
Y ahí estaba: un dragón de sombra rugiendo sobre el muro. Tan real como cualquier miedo. Tan tierno como cualquier deseo.

Ella rió. Bajito, al principio. Luego con ganas.

Lo que comenzó como un juego

Fue cuestión de días.
Otro niño se unió. Y luego otro. Después vino una madre que fingía no mirar, un abuelo curioso, un joven que pasaba por ahí.
Y lo que al principio era una rareza, se convirtió en costumbre.

Pero este niño no solo enseñaba figuras. Enseñaba algo más profundo:
—Mira —decía señalando una forma alargada y encorvada—. Este soy yo cuando tengo miedo.
—¿Ves este bicho extraño? Así se ve mi enojo cuando me lo guardo.
—Y este… este soy yo cuando me siento invisible.

Sin darse cuenta, estaba dándoles a todos un permiso que no sabían que necesitaban: el permiso de mostrar lo que escondían.

¿Cuándo fue la última vez que jugaste?

Dejando de lado la historia por un momento —porque sí, esto es un blog, no solo un cuento—…
Déjame preguntarte algo:
¿Cuándo fue la última vez que jugaste con tu sombra? No hablo de literalidad (aunque podrías intentarlo, no sería mala idea). Hablo de jugar con lo que te incomoda, con lo que usualmente escondes.

Todos tenemos sombras: emociones sin digerir, deseos mal etiquetados, partes de nosotros que aprendimos a rechazar.
Y lo curioso es que, cuanto más las evitamos, más nos persiguen.

Este niño, sin decirlo con palabras rimbombantes, estaba enseñando justo eso: que jugar con la sombra es una forma poderosa de integrarla. De dejar de tenerle miedo. De reconciliarse con uno mismo.

La noche del teatro

Una tarde especial —de esas en las que el aire huele distinto, como si algo fuera a pasar—, el niño montó un teatro de sombras en la plaza.
Colgó sábanas blancas. Pidió lámparas. Repartió tizas de colores.

—Hoy vamos a contar historias con nuestras sombras —anunció.

Y entonces ocurrió algo que nadie esperaba.

El panadero proyectó la figura de un niño llorando.
Una madre hizo la forma de un corazón partido y luego, con una simple curva, lo volvió a unir.
Una mujer mayor —la misma que decía que “ya estaba muy vieja para eso”— dibujó un árbol en flor.

La gente no solo observaba. Aplaudía. Lloraba. Se miraba a los ojos sin miedo.
No porque todo estuviera resuelto, sino porque por primera vez… estaban siendo verdaderos.

Y luego, el silencio

Al día siguiente, el niño no estaba.
No dejó nota, ni pistas, ni dirección.
Solo una caja de madera, con tizas gastadas y un pequeño cartel escrito con letra temblorosa:

“La sombra no es para esconderse. Es para jugar, para contar historias, para encontrarse.”

Desde entonces, el parque no volvió a estar vacío.
Los muros del pueblo se llenaron de dibujos extraños: algunos eran figuras claras, otros no tanto. Pero todos eran reales.
Todos eran intentos sinceros de decir: “Aquí estoy. Con mi luz… y también con mi sombra.”

Lo que esta historia quiere recordarte

No tienes que ser un experto en psicología para comprender lo esencial:
Lo que reprimes, te domina.
Lo que nombras, lo liberas.
Y lo que juegas, lo integras.

Quizás no aparezca un niño misterioso en tu barrio (aunque nunca se sabe), pero puedes ser tú quien inicie ese pequeño acto de ternura contigo mismo.

Cierra los ojos. Imagina tu sombra. Dale forma. Pregúntale qué quiere decirte.
O, si te animas, ve a una pared al atardecer y empieza a mover las manos.
Haz un pájaro. Haz un monstruo. Hazte a ti.
Y ríe.

Porque al final del día —sin fórmulas mágicas ni gurús de Instagram—, a veces lo que más necesitamos es jugar otra vez.

Del Relato a la Resolución ©

Todos cargamos sombras que a veces nos pesan más de lo que admitimos. Emociones sin procesar, creencias heredadas, versiones de nosotros que escondimos por miedo o por costumbre. Pero lo cierto es que esas sombras no están ahí para atormentarnos. Están esperando ser escuchadas.

Y ahí es donde el Coaching puede convertirse en ese espacio seguro. Un lugar donde tus luces y tus sombras pueden dialogar sin juicio. Donde puedes recuperar la autenticidad, sanar vínculos, transformar viejos patrones y reconectar con quien realmente eres.

Si este es un buen momento para ti —para trabajar tu mundo emocional, tu niño interior, tu creatividad olvidada o tus relaciones más significativas—, te invito a dar ese paso.
Agenda una sesión personalizada de coaching y hagamos juntos ese “teatro de sombras” que puede cambiar la forma en que te ves y te vives. 

Hasta la próxima entrega,

Coach Alexander Madrigal


© 2025 Alexander Madrigal. Todos los derechos reservados.


domingo, 13 de abril de 2025

La Rueda del Tiempo: Cuando la Rutina se Vuelve una Prisión

Martín despertaba cada día con la misma sensación: una alarma que no solo marcaba el inicio de su jornada, sino también el comienzo de su encierro. No vivía. Repetía.

Sus pasos eran los mismos, su trayecto inalterable, sus pensamientos giraban como una rueda sin fin. Se vestía, desayunaba sin saborear, salía a trabajar, y volvía a casa vacío, sólo para repetirlo todo al día siguiente.

No sabía cuándo comenzó la rueda. Tal vez cuando aceptó un trabajo temporal que se volvió permanente. O cuando dejó de escribir en su cuaderno de sueños porque "no había tiempo". En algún punto, el camino se curvó sobre sí mismo y se cerró.

Y así, quedó atrapado en una rueda hecha de horarios, agendas y prisa. Una rueda del tiempo. 

Miraba al horizonte y, aunque podía ver una puerta abierta en la distancia, nunca parecía estar más cerca.

Pero una noche, agotado, Martín se detuvo. Por primera vez en años, se permitió el silencio. Y en ese silencio escuchó algo olvidado: su propia voz interior.

Esa voz le hizo cinco preguntas que cambiarían su vida:

  1. ¿Hacia dónde quiero ir?
    ¿Es esta la vida que soñé?

  2. ¿Qué necesito hacer o dejar de hacer para llegar allí?
    ¿Qué cosas estoy haciendo solo por inercia?

  3. ¿Qué necesito ser o dejar de ser para llegar allí?
    ¿Qué identidad he adoptado que ya no me pertenece?

  4. ¿Qué dificultades se me presentan en el camino hacia esa meta?
    ¿A qué le tengo miedo realmente?

  5. ¿Cómo convierto esas dificultades en oportunidades?
    ¿Qué mensaje me trae este cansancio?

Desde aquel día, comenzó a salir de la rueda, un paso a la vez. No fue fácil. A veces regresaba. A veces tropezaba. Pero ahora sabía que la puerta seguía ahí. Y lo más importante: que el camino hacia ella no era recto… ni circular. Era profundo. Era hacia dentro.

Todos, en algún momento, nos vemos atrapados en la rueda del tiempo. La buena noticia es que siempre hay una salida. A veces no es externa. Es interna.

La transformación comienza cuando nos atrevemos a detenernos, a escucharnos y a preguntarnos con honestidad: ¿Estoy viviendo mi vida o la de alguien más?

Y tú, ¿Sientes que caminas pero no avanzas? ¿Que los días pasan pero tú no estás viviendo, solo sobreviviendo? ¿Estás listo para salir de la rueda?

Al Cambio por el Coaching©

Te invito a hacer una pausa hoy. Respira. Toma una hoja de papel. Responde las cinco preguntas que Martín se hizo. Y si deseas dar un paso más profundo y trabajar el tema de esta semana, o cualquier otro tema de tu interés, en una sesión personalizada de coaching actúa ya y programa una sesión hoy mismo. Será un placer caminar contigo.

Hasta la próxima entrega,

Coach Alexander Madrigal

sábado, 29 de marzo de 2025

¿Desde Qué Altura Estás Mirando Tu Vida?

A veces, sentimos que no estamos conectando del todo con quienes nos rodean. Hay conversaciones que no fluyen, reacciones que no comprendemos, o momentos en los que parece que hablamos idiomas distintos. Puede pasar con nuestra pareja, con amigos, colegas o incluso con nosotros mismos. ¿Y si te dijera que todo esto podría tener que ver con la altura desde la que estás viendo la realidad?

Imagina por un momento que nuestras perspectivas personales fueran como volar en un avión.
Alguien que va a 3,000 metros ve campos, caminos y ciudades.
Quien va a 12,000 metros ve nubes, cordilleras lejanas y el horizonte completo.
Ambos están viendo el mundo real… pero desde ángulos y niveles distintos.

La perspectiva lo cambia todo

A lo largo de nuestro crecimiento interior, vamos ganando altura. Lo que antes nos hería, hoy lo entendemos. Lo que antes nos confundía, ahora lo observamos con más claridad. Esa es la esencia del desarrollo personal: aprender a ver más amplio, más profundo, más compasivo.

Pero con esa nueva mirada también llega un desafío: cómo convivir, dialogar y conectar con quienes todavía están viendo desde otra altura. No porque estén mal, ni porque sepan menos, sino simplemente porque están en otro punto del camino.

Cuando no hablamos el mismo idioma emocional

¿Cuántas veces has querido compartir algo importante y has sentido que “no te entienden”? ¿Cuántas veces has intentado apoyar a alguien y has notado que tus palabras no llegan, que hay un muro invisible?

Eso sucede porque, muchas veces, las personas involucradas están viendo la situación desde perspectivas emocionales, espirituales o mentales diferentes. Es como si uno hablara desde el corazón y el otro desde la mente; uno desde una herida reciente, y otro desde una cicatriz ya sanada.

Y aquí viene una clave transformadora para las relaciones:

Quien tiene una perspectiva más amplia también tiene una mayor responsabilidad para crear puentes.

No se trata de “bajar de nivel”, como si retrocedieras. Se trata de recordar cómo era mirar desde ahí, y acompañar al otro desde la empatía, no desde la exigencia.

¿Y qué pasa con el que aún está subiendo?

Cada persona está en su propio proceso. Nadie puede ver el paisaje a 12,000 metros si apenas está aprendiendo a despegar. Forzar esa visión puede ser frustrante para ambos. Pero sí podemos invitar, inspirar, modelar. No arrastrar al otro hacia nuestro punto de vista, sino sostener el espacio con paciencia hasta que esté listo para subir.

El verdadero crecimiento no es aislarse en las alturas, sino aprender a volar juntos a ritmos distintos, sin perder de vista el propósito común: crecer, amar, comprender, sanar.

Preguntas para reflexionar:

  • ¿Estás viendo tu vida desde una nueva perspectiva últimamente?

  • ¿Sientes que algunos a tu alrededor no te comprenden?

  • ¿Podrías acercarte a ellos sin dejar atrás lo que has aprendido?

  • ¿Estás dispuesto a acompañar, sin juzgar, a quienes están en un momento diferente al tuyo?

El verdadero vuelo interior no se mide en metros, sino en la capacidad de ver con claridad, escuchar con el alma y amar sin condiciones.

Al Cambio por el Coaching©

Si deseas dar un paso más profundo y trabajar el tema de esta semana, o cualquier otro tema de tu interés, en una sesión personalizada de coaching actúa ya y programa una sesión hoy mismo. Será un placer ayudarte.

Hasta la próxima entrega,

Coach Alexander Madrigal