A veces, sentimos que no estamos conectando del todo con quienes nos rodean. Hay conversaciones que no fluyen, reacciones que no comprendemos, o momentos en los que parece que hablamos idiomas distintos. Puede pasar con nuestra pareja, con amigos, colegas o incluso con nosotros mismos. ¿Y si te dijera que todo esto podría tener que ver con la altura desde la que estás viendo la realidad?
Imagina por un momento que nuestras perspectivas personales fueran como volar en un avión.
Alguien que va a 3,000 metros ve campos, caminos y ciudades.
Quien va a 12,000 metros ve nubes, cordilleras lejanas y el horizonte completo.
Ambos están viendo el mundo real… pero desde ángulos y niveles distintos.
La perspectiva lo cambia todo
A lo largo de nuestro crecimiento interior, vamos ganando altura. Lo que antes nos hería, hoy lo entendemos. Lo que antes nos confundía, ahora lo observamos con más claridad. Esa es la esencia del desarrollo personal: aprender a ver más amplio, más profundo, más compasivo.
Pero con esa nueva mirada también llega un desafío: cómo convivir, dialogar y conectar con quienes todavía están viendo desde otra altura. No porque estén mal, ni porque sepan menos, sino simplemente porque están en otro punto del camino.
Cuando no hablamos el mismo idioma emocional
¿Cuántas veces has querido compartir algo importante y has sentido que “no te entienden”? ¿Cuántas veces has intentado apoyar a alguien y has notado que tus palabras no llegan, que hay un muro invisible?
Eso sucede porque, muchas veces, las personas involucradas están viendo la situación desde perspectivas emocionales, espirituales o mentales diferentes. Es como si uno hablara desde el corazón y el otro desde la mente; uno desde una herida reciente, y otro desde una cicatriz ya sanada.
Y aquí viene una clave transformadora para las relaciones:
Quien tiene una perspectiva más amplia también tiene una mayor responsabilidad para crear puentes.
No se trata de “bajar de nivel”, como si retrocedieras. Se trata de recordar cómo era mirar desde ahí, y acompañar al otro desde la empatía, no desde la exigencia.
¿Y qué pasa con el que aún está subiendo?
Cada persona está en su propio proceso. Nadie puede ver el paisaje a 12,000 metros si apenas está aprendiendo a despegar. Forzar esa visión puede ser frustrante para ambos. Pero sí podemos invitar, inspirar, modelar. No arrastrar al otro hacia nuestro punto de vista, sino sostener el espacio con paciencia hasta que esté listo para subir.
El verdadero crecimiento no es aislarse en las alturas, sino aprender a volar juntos a ritmos distintos, sin perder de vista el propósito común: crecer, amar, comprender, sanar.
Preguntas para reflexionar:
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¿Estás viendo tu vida desde una nueva perspectiva últimamente?
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¿Sientes que algunos a tu alrededor no te comprenden?
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¿Podrías acercarte a ellos sin dejar atrás lo que has aprendido?
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¿Estás dispuesto a acompañar, sin juzgar, a quienes están en un momento diferente al tuyo?
El verdadero vuelo interior no se mide en metros, sino en la capacidad de ver con claridad, escuchar con el alma y amar sin condiciones.
Al Cambio por el Coaching©
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Hasta la próxima entrega,