domingo, 6 de julio de 2025

Los pasos que curan

Hombre caminando entre bosque y niebla como metáfora del viaje interior

Caminatas que no buscan destino, sino sentido

No fue una decisión racional. Tampoco fue una meta. Simplemente un impulso. De esos que llegan calladitos, sin escándalo, pero se sienten como un susurro firme en el pecho. Ese día, sin saber por qué, se puso los zapatos más cómodos que tenía —viejos, sucios, fieles— y salió a caminar.

No había música. No había ruta. Solo un río que bordeaba el parque, un sendero embarrado de tanto olvido, y una mezcla rara de niebla y sol que lo envolvía como si el mundo entero estuviera dudando entre mostrarse o esconderse.
Como él, pensó. Como yo.

Lo que el cuerpo no dice con palabras

Llevaba meses —¿o años?— sintiéndose desconectado. Como si viviera en un cuerpo ajeno, mecánico, siempre agotado aunque durmiera. Se tomaba vitaminas, iba a terapia, incluso meditaba de vez en cuando, pero había algo que no cuadraba. Como si su piel no le quedara bien.
Y sin embargo, al dar ese primer paso, algo se removió. Como cuando mueves una alfombra vieja y sale una nube de polvo que ni sabías que estaba ahí.

La caminata fue lenta al principio. No por flojera. Más bien por respeto. Como si sus piernas necesitaran aprender a confiar de nuevo en que podían llevarlo a un lugar distinto al sofá.

Pasó junto a un árbol con la corteza rajada —y, de la nada, recordó una caída en bicicleta cuando tenía nueve años. La rodilla pelada. El llanto con orgullo herido. Su mamá limpiando la herida sin palabras, pero con ternura.
No supo por qué ese recuerdo emergió. Solo que le dejó un nudo en la garganta y una tibieza en el pecho.

Cuando los pies te llevan donde la cabeza no puede

Hay una teoría —muy popular entre fisioterapeutas y neuropsicólogos— que dice que el cuerpo guarda memoria emocional. Que los músculos, los órganos, incluso la postura, registran experiencias que la mente no procesa del todo.
¿Será por eso que caminar se sentía como remover el sótano del alma?

Cada paso parecía liberar un fragmento olvidado. La risa con su primer amor. El silencio incómodo en una despedida que nunca quiso. Las veces que caminó a casa sin saber cómo decir que no podía más.
Todo eso, entre pasos y respiraciones entrecortadas, iba saliendo sin pedir permiso. Sin lógica. Sin calendario.

Y entonces pasó algo inesperado. Se detuvo.

No porque estuviera cansado. Al contrario. Se detuvo porque sintió… algo. Una especie de presencia. Como si el bosque también estuviera respirando. Como si los árboles le dijeran: “te estábamos esperando”.

¿Suena cursi? Quizá. Pero cuando has estado tan desconectado que hasta el silencio te resulta hostil, cualquier gesto de la vida se siente como un milagro.

El umbral: cuando la niebla se vuelve maestra

La caminata lo llevó hacia una zona más densa, donde la niebla cubría casi todo. Apenas veía a unos metros. No sabía si seguir era seguro o sensato.
Pero algo dentro —una mezcla de valentía y hartazgo— le empujó hacia adelante.

Fue en ese tramo donde las lágrimas salieron sin aviso. No eran dramáticas ni desesperadas. Más bien eran suaves, como esas lluvias que no mojan de golpe, pero lo empapan todo.
Lloró por lo que había callado. Por lo que había perdido. Por lo que no había sabido defender.
Y por fin, por lo que seguía teniendo: su cuerpo. Su aliento. Sus pasos.

—Gracias —murmuró. No supo a quién se lo decía. Tal vez a sus piernas. Tal vez al río. Tal vez a ese pedacito de vida que se había despertado.

Volver no es regresar igual

Al cabo de un rato, dio media vuelta y volvió por el mismo camino. Pero todo se sentía distinto. La luz había cambiado. Sus hombros estaban menos tensos. Incluso su respiración parecía nueva.

Cuando llegó a casa, no encendió la televisión. Ni abrió el celular.
Se sentó en el piso. Se estiró como un gato lento y viejo. Bebió agua. Y se permitió, por primera vez en mucho tiempo, no hacer nada.

Esa noche durmió profundamente.
Y al día siguiente, caminó de nuevo.

Lo que quizá también te pasa (aunque no lo digas)

Mira, hablemos claro. Vivimos en un ritmo tan raro que movernos dejó de ser algo natural. Nos sentamos todo el día. Fingimos estar bien. Ignoramos dolores porque “hay que cumplir”.

Pero el cuerpo, ese sabio que no tiene voz, termina gritando con insomnios, contracturas, colon irritable, ansiedad flotante…
Y no, no todo se resuelve con pastillas o respiraciones profundas en una app. A veces, lo único que necesitas es salir a caminar sin propósito. Dejar que tus pies vayan por ti. Que el aire limpie un poco. Que el cuerpo hable.

Porque el cuerpo guarda. Pero también suelta.
Y moverse puede ser el ritual que te devuelva al centro.

¿Y si das tu primer paso?

Te invito a hacer algo hoy:

  • No como rutina de ejercicio.

  • No como plan de productividad.

  • Solo como un gesto de reconexión.

Camina sin auriculares. Sin destino. Escucha cómo pisas. Mira los árboles. Agradece tus rodillas aunque crujan.
Hazlo unos minutos. Tal vez no pase nada. O tal vez pase todo.

Del relato a la Resolución

A veces, las grandes revoluciones no comienzan con ideas, sino con pasos.
Pequeños. Torpes. Pero firmes.

¿Cuándo fue la última vez que caminaste para sentirte mejor, no para llegar a un lugar?
Quizá tu cuerpo también está esperando que salgas a buscarte.
No con prisa. No con culpa.
Solo con honestidad.

¿Quieres trabajar esto en sesión personal?

Si sientes que tu cuerpo guarda más de lo que puedes procesar solo, podemos caminar juntos este tramo.
Desde la compasión, la escucha y un acompañamiento real.

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Hasta la próxima entrega,

Coach Alexander Madrigal

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