Mostrando las entradas con la etiqueta rutina. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta rutina. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de octubre de 2025

🛣️ Zombies Relacionales, Como Despertar La Chispa

Pareja camina por la playa al atardecer; faro al fondo, huellas en la arena y café humeante: reencuentro y esperanza.

El café estaba tibio.

La mesa, limpia.
Ellos, despiertos… pero no del todo.

Benar movió la cucharita como quien empuja un día más. Khaela miró por la ventana y se vio de espaldas en el cristal del local de la esquina: dos siluetas correctas, puntuales, casi perfectas… y sin brillo. ¿Eso eran? ¿Dos presentes que ya no podían llamarse “presencia”?

Zombies relacionales: el mordisco de la rutina en pareja

No era un drama de película. Era peor: la repetición obediente. Madrugadas con alarmas gemelas, charlas en piloto automático, besos de trámite antes de apagar la luz. El “¿cómo te fue?” convertido en muletilla, la risa quedándose en la garganta, la piel cerrando el telón antes de la función. Sí, zombies relacionales. Caminaban juntos, pero sin rumbo, como si un bostezo largo los hubiera adoptado.

Benar, que siempre tuvo esa manera de decir las cosas sin disfraz—casi como si la palabra “verdad” le hubiese anidado en la lengua desde niño—empezó a sospechar que estaban perdiendo algo que no se ve, pero sostiene. Khaela, cuya sonrisa solía coronar la tarde con una luz chiquita y dulce, había dejado de encenderse. ¿Sabes qué? Nadie lo notó salvo ellos; y eso, en cierto sentido, fue su suerte.

La chispa que rompe el bostezo

La grieta apareció en un gesto mínimo: al salir del café, se reflejaron otra vez en el cristal de la tienda. No se reconocieron. No como pareja. Más bien como colegas de agenda compartida. Y dolió. “No quiero vivir así contigo”, dijo Benar, sin teatro ni rodeos. Khaela respiró hondo: “Yo tampoco”. Fue breve. Fue claro. Fue real.

Aquí está el asunto: hay momentos en que una relación no pide explicaciones técnicas ni discursos de manual. Pide movimiento. Acciones que hagan ruido a vida. Una hora después, con una mochila modesta y chaquetas livianas, decidieron arrancar el día por otro lado. No lo pensaron demasiado (a veces pensar mucho es un disfraz del miedo). Subieron al auto, dejaron los teléfonos en modo avión y tomaron la carretera hacia la costa, sin destino piñado en el mapa.

Aventura espontánea para reavivar la chispa

La palabra “aventura” les quedaba grande y, a la vez, justa. No se trataba de cruzar el planeta ni de publicar fotos con filtros llamativos. Era salir del pasillo conocido, caminar por el patio trasero del mundo cotidiano. Una playa de otoño, un faro con la linterna apagada, un kiosco de madera vendiendo café de termo y pan dulce envuelto en papel. Eso bastó.

Con las ventanillas entreabiertas, la brisa olía a sal y a algo parecido a la infancia. Sonó en la radio una canción vieja—de esas que no envejecen, solo cambian de traje—y Khaela marcó el ritmo en el muslo. “Honestamente, extrañaba esto”, dijo. ¿Esto qué? La atención. La mirada que se queda, no que pasa. El “mírame que aquí estoy” que uno ofrece cuando quiere, de verdad, encontrarse.

Pareja, ruta y reconexión emocional

Se detuvieron en un parador de carretera con sillas de plástico y sopa del día. “Déjame explicarte”, dijo ella riendo, “aquí el caldo siempre sabe mejor que en la ciudad”. Y sí, sabía a hogar improvisado. En el mantel, migas de pan; en la mesa, manos que se tocan como si recién aprendieran el abecedario del otro.

No faltó la digresión, ya sabes, estos desvíos que ayudan a regresar mejor. Hablaron de series que nunca terminaron, de la moda del “vanlife” que verían pero no harían, de esa receta que nadie clavó como la abuela. Rieron sin prisa. Se contaron cosas mínimas y, de pronto, enormes: el susto de una revisión médica, la tristeza de un domingo mudo, el miedo a decir “necesito que me quieras mejor”.

Benar buscó palabras que no sonaran a manual, y por primera vez en meses dijo lo que en verdad sentía, sin adornos. Tal vez fuese su costumbre de perseguir lo cierto, como quien sigue una brújula sencilla. Khaela, al escucharlo, inclinó un poco la cabeza; un rayo de sol se coló por la ventana y, por un segundo, pareció ponerle una diadema de luz. No era un milagro. Era un guiño. Un recordatorio: todavía hay coronas invisibles esperando sobre lo cotidiano.

De zombies a cómplices: el latido que regresa

En la playa, los pasos sobre la arena mojada sembraban huellas gemelas. Caminaron sin hablar. A veces callar bien también es un lenguaje. Cuando por fin se sentaron frente al mar, el faro apagado detrás de ellos parecía un viejo guardián tomando un respiro. Y allí, en ese escenario sencillo, se desarmó la coraza.

“Me cansé de fingir que está todo bien”, dijo Khaela. “Yo me cansé de amarte como si fuera un procedimiento”, respondió Benar. Ningún discurso fue más largo que la brisa, pero cada frase tuvo el peso exacto. Hubo lágrimas, sí. Hubo risa también, esa que nace rara, como un golpe de tos, y se vuelve carcajada.

¿Sabes qué fue lo distinto? Ninguno trató de ganar. No había “tengo razón”, sino “te escucho”. No había sentencia, sino curiosidad. Ese pequeño giro—de tener la respuesta a hacerse la pregunta—quebró el hechizo. Los zombies se miraron a los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, vieron piel tibia, ojos atentos, futuro posible. Nada épico. Bastante humano.

Detalles que despiertan la casa

Regresaron tarde, con arena en los cordones y olor a sal en la ropa. La ciudad seguía donde la dejaron, pero ya no era otra vez lo mismo. Esa noche dibujaron en una libreta tres cosas sencillas. No un plan rígido, sino señales de tránsito para no volver a la niebla:

  • Un paseo semanal sin pantallas (aunque sea a la tienda de la esquina).

  • Un “cómo estás” que se responda con verdad, no con guion.

  • Una risa buscada: una canción, un chiste malo, un baile torpe en la cocina.

Pusieron la libreta en el refrigerador, con un imán con forma de pez. Y sí, repitieron la sopa del parador en su cocina, sin mucha gracia, pero con intención. Khaela volvió a cantar en la ducha; Benar, a preguntar sin prisa. En esa aparente pequeñez, el latido hizo nido.

Cuando el amor elige despertarse

La semana siguiente, el faro seguía apagado y la playa igual de fresca. El trabajo llenó su sitio, la vida cotidiana reclamó su ritmo. Hubo cansancio y hubo pendientes, como siempre. Y, sin embargo, algo había cambiado: la elección diaria de estar. De estar bien. De decir “hoy no estamos finos, pero seguimos aquí”. Repetición también, sí, pero con otra música.

Un sábado cualquiera, en pleno supermercado, se detuvieron frente a una montaña de naranjas. “¿Te acuerdas del parador?”, dijo Khaela. “Claro. Y de lo que dijimos junto al faro”. Volvieron a casa con fruta, pan, jabones y esa frase pequeña que valía oro: “Gracias por hoy”. A veces basta eso: saber decir gracias. Saber pedir perdón. Saber pedir un abrazo.

Podríamos adornarlo, pero no hace falta. Lo bello fue sencillo. Lo cierto, directo. Benar mantuvo su brújula hacia la verdad; Khaela volvió a coronar la tarde con su risa clara. Y cuando las sombras intentaron colarse otra vez, la pareja recordó lo aprendido: moverse. Hacer algo. Aunque sea poner agua a calentar y sentarse juntos a ver cómo hierve. Que también es un espectáculo cuando la vida regresa a los ojos.

Reconexión de pareja: pequeñas acciones que hacen diferencia

Si alguien les preguntara cuál fue “el secreto”, responderían sin misterio: no fue una gran técnica, ni una moda viral. Fue esta mezcla humilde y poderosa:

  • Sinceridad que no hiere, sino acerca.

  • Atención que no vigila, sino sostiene.

  • Juegos tontos recuperados a propósito.

  • Decisiones pequeñas repetidas sin miedo al ridículo.

Porque el amor no se cae de golpe; se adormece en silencio. Y se despierta igual: con un bostezo largo, un vaso de agua, una mano que se ofrece. No es poesía barata, es práctica diaria. Y, en esa práctica, los zombies relacionales fueron cediendo lugar a dos vivos con ganas, con dudas, con esperanza. A fin de cuentas, la chispa no se fue lejos. Solo necesitaba aire.

Del Relato a la Resolución

No hubo fuegos artificiales ni promesas rimbombantes. Hubo un faro apagado, un caldo sencillo y una conversación honesta. La enseñanza es clara y, a la vez, amable: cuando la rutina muerde, el amor puede elegir moverse. No para huir, sino para encontrarse en otro sitio. Benar y Khaela descubrieron que la verdad dicha con cariño y la atención puesta con ternura alcanzan para volver del gris al color.

Ahora te toca a ti: esta semana, escoge—sí, hoy—una acción pequeña para tu relación. Puede ser caminar quince minutos sin móvil, cocinar juntos algo imperfecto o preguntar “¿qué necesitas de mí?” y escuchar de verdad. No necesitas un viaje ni una lista enorme; necesitas presencia concreta. Pruébalo tres veces en siete días. Toma nota de lo que cambia: en tu humor, en su mirada, en la casa.

Y si te hace sentido, llévalo a otros rincones. A tu equipo de trabajo, a tu amistad de años que está en pausa, a ese vínculo familiar que pide aire. Lo mismo sirve: una verdad amable, atención sin prisa y un gesto sencillo repetido con constancia. La vida, cuando la miras cerca, responde.

Si te gustaría recorrer esta ruta con una guía cercana, hablemos. No hay fórmulas mágicas, hay procesos reales y metas humanas. Podemos diseñar una travesía guiada para tu relación o una ruta consciente para tu vida emocional, con conversaciones que dejen espacio para lo esencial y el ritmo propio de tu historia.

Conecta conmigo en redes o agenda tu sesión aquí:

📅 Agendar Sesión | 💼 LinkedIn | 📘 Facebook 📺 YouTube | 🌐 Sitio web oficial

Hasta la próxima entrega,
Coach Alexander Madrigal
© 2025 Alexander Madrigal. Todos los derechos reservados.



domingo, 20 de julio de 2025

El Autobús que Nunca Llegaba: un relato reflexivo sobre rutinas que nos hacen sentir productivos, pero nos mantienen atrapados

Ilustración de una mujer pensativa en un autobús que recorre una ruta repetitiva, con un niño curioso a su lado y un camino alternativo al fondo.

Siempre en movimiento… pero, ¿hacia dónde?

Nora salía cada mañana a la misma hora. Puntual. Precisa. Con su café en termo reutilizable y su bolso de cuero marrón con una mancha vieja que jamás logró quitar. La parada estaba justo en la esquina, y el autobús pasaba, como siempre, con su letrero parpadeando: “PRÓXIMA PARADA: DESTINO”.

No era una línea real. Bueno, sí lo era… pero no como una que la llevara a algo nuevo. Ese autobús hacía una ruta circular, un loop, como decían algunos colegas jóvenes. Daba vueltas. Siempre las mismas. Y, curiosamente, todos actuaban como si de verdad se dirigieran a algún lugar.

Nora había trabajado en la misma oficina por casi doce años. Departamento de archivo, aunque ahora lo llamaban “gestión documental digitalizada”. Ella decía que eso solo era una forma elegante de describir cómo pasaba ocho horas desplazando archivos de un servidor a otro y respondiendo correos que ni siquiera necesitaban respuesta. Pero bueno, el sueldo llegaba a fin de mes, ¿no?

Una pregunta que rompió el bucle

Una mañana cualquiera —de esas que se parecen tanto entre sí que podrían intercambiarse sin que nadie lo notara— un niño subió con su mochila y un batido a medio terminar.

Se sentó al lado de Nora. Ella apenas alzó la vista. Hasta que escuchó:

—¿Tú sí sabes a dónde va este autobús o solo das vueltas como los grandes?

La pregunta le cayó como una piedra al pecho. No por el tono —era inocente, curioso—, sino por lo que implicaba. Como si alguien hubiera destapado un pensamiento que ella ni siquiera sabía que estaba escondiendo. ¿Y si el niño tenía razón?

Miró por la ventana. Mismo parque, misma panadería con el letrero “Café y pan caliente desde 1983”, misma esquina donde siempre se peleaban por el estacionamiento. Mismo todo.

Entonces cayó en cuenta: no importaba cuántas vueltas diera, el destino no existía si la ruta siempre era la misma.

El conductor que no respondía

Ese día Nora decidió preguntar. Al conductor, al sistema, al universo. Lo que sea. Esperó a que el autobús se detuviera unos segundos más de lo normal por un semáforo en rojo y se acercó.

—Disculpe... ¿hay alguna forma de bajarme en una parada que no sea la habitual? ¿Algo fuera del loop?

El conductor ni la miró. Apenas murmuró:
—Mantenga su asiento. Estamos en ruta.

Así, sin más. Como si estuviera programado. Como si formara parte del guión de una obra en la que todos fingían no darse cuenta de que no estaban yendo a ningún lado.

Y aquí viene lo extraño: casi nadie parecía notar el bucle. Algunos dormían. Otros iban pegados al teléfono, con los ojos vidriosos, desplazando imágenes de comida o memes con frases motivacionales como: “La vida es un viaje, no un destino”. Qué ironía.

Cuando el loop se detiene (por accidente)

Pasaron días, o semanas —la verdad, el tiempo empezó a sentirse como una masa blanda— hasta que un día el autobús se detuvo. Literalmente. Una falla mecánica. Nora casi se sintió agradecida. No por el accidente, claro, sino porque era su oportunidad.

Aprovechó el momento, bajó con su bolso y sus dudas, y se alejó del tumulto de quejas y llamadas a la empresa de transporte. Caminó. No mucho. Pero suficiente para salirse del radio del loop. Y allí, desde una colina cercana, pudo ver la ruta completa: un círculo. Perfecto. Cerrado. Sin escape.

Pero también vio algo más.

Un sendero polvoriento que se perdía entre los árboles. No tenía señalizaciones, ni asfalto, ni paradas. Nadie lo transitaba. Pero estaba ahí.

El primer paso no lleva a un lugar, lleva a un nuevo ritmo

Nora dudó. Pensó en su trabajo, en su rutina, en las cosas que siempre le dijeron que debía hacer: ser responsable, cumplir, no faltar, no arriesgar. Pero algo dentro le dijo: “Ya diste muchas vueltas. Ahora camina recto”.

Y así lo hizo. Con los zapatos que no eran para caminar y sin una botella de agua. A cada paso, sentía que el mundo recuperaba colores. Como si hubiese estado viendo todo en escala de grises.

Sacó su libreta, esa que usaba solo para anotar listas del supermercado, y escribió:

“Hoy no llegué a destino. Pero por primera vez, estoy yendo hacia uno.”

¿Y tú? ¿Sigues dando vueltas o ya bajaste?

Podría parecer una historia exagerada. Pero, seamos sinceros, ¿cuántos de nosotros vivimos atrapados en loops personales que repetimos como si fueran leyes inquebrantables?

  • Esa relación que ya no construye, pero tampoco termina.

  • Ese trabajo que pagas con tu energía vital, pero que no te permite crecer.

  • Ese hábito que parece inofensivo, pero te aleja cada vez más de tus sueños.

Y lo más curioso es que nos movemos. Todo el tiempo. De reunión en reunión. De lunes a viernes. De tarea en tarea. Pero sin avanzar. Como si la acción se hubiese disfrazado de evolución.

Salirse del loop no es una huida, es un acto de presencia

Salir del bucle no significa dejarlo todo o volverse temerario. Significa, simplemente, preguntarse si lo que estás haciendo te está acercando a la vida que realmente quieres. Significa hacer pausas, observar, redefinir, tal vez fallar… pero sentirte vivo en el proceso.

Hay personas que pasarán años, décadas incluso, sin hacerse esa pregunta. Y hay otras —quizá tú— que están empezando a intuir que el autobús no llegará nunca si no hay una decisión diferente.

Entonces, la verdadera pregunta no es si el destino existe.
Es si estás dispuesto a dejar de dar vueltas para empezar a caminar hacia él.

Del relato a la resolución

A veces confundimos el movimiento con el propósito. Pero dar vueltas no es lo mismo que avanzar. Como Nora, todos podemos despertar en algún punto del camino y darnos cuenta de que ese autobús —sea una rutina, un trabajo, una relación o una forma de pensar— no nos está llevando a donde soñábamos.

¿Qué parte de tu vida se siente como un loop?
¿Estás esperando una parada que no llega, o estás listo para bajarte y comenzar un nuevo rumbo?

No necesitas saber exactamente a dónde ir. Solo necesitas reconocer que puedes elegir otra dirección. La vida no es el autobús. Eres tú quien lo conduce.

Y si este relato resonó contigo, o sientes que es tiempo de salir del bucle y tomar el volante de tu propio camino, estaré encantado de acompañarte en ese proceso. Hay rutas nuevas esperándote, y a veces solo hace falta alguien que camine contigo los primeros pasos.

Conecta conmigo en redes o agenda tu sesión aquí: 👉 Agendar Sesión
👉 LinkedIn
👉 Facebook
👉 Sitio web oficial

Hasta la próxima entrega,

Coach Alexander Madrigal

© 2025 Alexander Madrigal. Todos los derechos reservados.